El abogado de Cristina Kirchner, Carlos Beraldi, se reunió con la vicepresidenta en su casa del barrio porteño de Constitución, donde se hizo presente una multitud para brindar su apoyo, y confirmó que se presentará en Comodoro Py el miércoles en cumplimiento de «los cinco días hábiles» estipulados por el Tribunal Oral Federal N°2 . «Todas las disposiciones que establezca la Justicia se van a cumplir», subrayó.
El letrado habló con los medios tras salir del edificio, donde explicó que se recurrirá a tribunales internacionales tras la ratificación de la condena de parte de la Corte Suprema. «Hay ciertas corrientes que creen que porque ella es Cristina está afuera del marco de garantías y creen que la pueden tratar como un enemigo. Para evitar esos vicios es que se acude a la Corte Interamericana», planteó.
«El Pacto de San José de Costa Rica establece dos organismos: el primero es la ComisiónInteramericana, que es donde se presentan las denuncias, y cuando se las declara admisibles entonces interviene la parte contenciosa que es la Corte Interamericana«, detalló.
Beraldi precisó que «lo que se hace en un caso así es una denuncia y, en ese marco, ver si corresponde alguna otra medida de emergencia». «Son agravios muy consistentes, graves violaciones a los derechos que establece la convención y eso es lo que se va a plantear», expresó.
Se espera que una multitud la acompañe en su presentación.
En menos de 72 horas, la relación transatlántica cambió de naturaleza y todo parece indicar que los ucranianos han perdido la guerra. El 12 de febrero de 2025, el flamante secretario de Defensa estadounidense, Pete Hegseth, dio inicio a las negociaciones de paz en Ucrania. Ya desde un comienzo cedió ante las dos principales exigencias de Moscú: la no adhesión de Kiev a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y la ratificación de las “nuevas realidades territoriales”, es decir, la anexión de cuatro regiones ucranianas a Rusia, así como también de Crimea. Al día siguiente, tras una larga conversación telefónica con Vladimir Putin, el presidente Donald Trump anunció su intención de reunirse con su par ruso en Arabia Saudita –sin los ucranianos ni los europeos– y expresó su deseo de que pronto se organicen elecciones en Ucrania. Finalmente, el 14 de febrero, en un discurso pronunciado en una conferencia en Munich, el vicepresidente estadounidense, más que abordar la cuestión ucraniana, reprochó a los dirigentes europeos el hecho de que deshonraran las aspiraciones de sus propios pueblos restringiendo la libertad de expresión en las redes sociales o anulando las elecciones en Rumania por supuestas injerencias rusas (1).
Semanas antes, Trump había lanzado una ofensiva comercial al aumentar los aranceles a las importaciones de Canadá, México y la Unión Europea, y también había expresado sus intenciones anexionistas sobre Groenlandia (2). Sin embargo, de ahora en adelante, ya no se trata tan sólo de manipular a sus “aliados” para que compren más armas o para equilibrar la balanza comercial. Al declarar que Estados Unidos no les concedería garantías de seguridad ni a Ucrania ni a las tropas europeas que pudieran desplegarse para hacer cumplir un eventual alto el fuego, Trump inevitablemente sembró dudas sobre la solidaridad estadounidense en caso de un ataque al territorio de un miembro de la OTAN. Sin su contrapartida de seguridad, el vínculo transatlántico se parecería más bien a una completa relación de dependencia.
No obstante, desde 2022, Estados Unidos ha “invertido” un promedio de 35.300 millones de dólares por año en Ucrania (3). Mucho más que los 3.000 a 5.000 millones de dólares que Washington destinó cada año a Israel antes del ataque del 7 de octubre de 2023 y el equivalente a casi la mitad de los gastos militares anuales para Afganistán entre 2001 y 2019 –un esfuerzo para financiar una ocupación militar y operaciones directas–. El nivel de apoyo a Ucrania se sitúa, por lo tanto, en algún punto intermedio entre la ayuda brindada a un aliado histórico en Medio Oriente y el compromiso de una intervención directa en el campo de batalla en su propio nombre. Pero a Trump poco le importa todo eso: la guerra en Ucrania no es la de Estados Unidos, sino la de su antiguo rival Joseph Biden…
Errores de cálculo
Evidentemente, la magnitud de la ayuda occidental llevó a Kiev a cometer un error y la alentó a rechazar la negociación. En la primavera boreal de 2022, incluso antes de que Occidente le proporcionara su apoyo militar, la resistencia ucraniana podía enorgullecerse de haber frustrado la operación de cambio de régimen fomentada por el Kremlin y de haber minimizado las pérdidas territoriales. Después de cuatro semanas de combates, los beligerantes estaban cerca de llegar a un acuerdo. En Estambul, Kiev aceptó un estatus de neutralidad –es decir, renunció a adherirse a la Alianza Atlántica– y confirmó su intención de no dotarse de armas nucleares. A cambio, buscaba conseguir la retirada voluntaria de Moscú de los territorios que había ocupado desde el 24 de febrero. Sin embargo, Kiev necesitaba garantía de seguridad por parte de los líderes occidentales, quienes se la negaron. Boris Johnson se convirtió en el portavoz de la posición occidental durante una visita a la calle Bankova, sede de la Presidencia ucraniana. El Primer Ministro británico afirmó que nunca firmaría un acuerdo con Putin. Por eso, lo que ofrecían no eran garantías, sino armas (4).
Europa deberá pagar la reconstrucción de Ucrania y, al mismo tiempo, afrontar los costos de su seguridad.
Por un tiempo fue posible creer que dicha apuesta resultaría exitosa. Tras una primera contraofensiva, en noviembre de 2022, Kiev recuperó la ciudad de Jersón, ubicada en la orilla derecha del río Dnieper. Se desató la euforia. La palabra “negociaciones” se volvió tabú. No alinearse con los objetivos ucranianos –es decir, recuperar por la fuerza las fronteras de 1991– equivalía a firmar un pacto con el diablo. Los grandes medios de comunicación occidentales respaldaron el decreto ucraniano de octubre de 2022 que prohibía las negociaciones con Putin, a quien buscaban llevar ante la justicia internacional por crímenes de guerra (5).
Sin embargo, la segunda contraofensiva ucraniana de junio de 2023 resultó en una derrota. En los medios de prensa, los estadounidenses expresaron su descontento: Kiev habría escatimado demasiado sus hombres para privilegiar ataques tácticos dispersos a lo largo del frente en lugar de enviar soldados en masa a los campos de minas rusos con la esperanza de traspasar las defensas del adversario y cortar el puente terrestre entre Rusia y Crimea (6). Bajo la presión de Washington, Kiev redujo la edad de reclutamiento de 27 a 25 años en abril de 2024, pero en diciembre se negó a bajarla a los 18 años. Así, la apuesta hecha en base a las exhortaciones occidentales fracasó trágicamente. Tanto el costo humano –cientos de miles de muertos y heridos– como los sacrificios exigidos a la sociedad fueron en vano (7).
Como lógica consecuencia, durante el mismo período, Rusia experimentó una suerte inversa. El inicio de su “operación militar especial” resultó un fiasco. Los servicios de inteligencia rusos sobrestimaron los apoyos con los que contarían tanto por parte de la población como dentro de las élites ucranianas. El Ejército se estancó en los barrios periféricos de la capital ucraniana y fracasó en su intento de tomar el control del país. El Kremlin decidió entonces concentrar su dispositivo militar en el Donbass y Crimea. Concebida inicialmente como una expedición relámpago, la guerra fue cambiando de escala y de naturaleza. La movilización forzada decretada en septiembre de 2022 provocó una ola de protestas y exilios.
Atrapada en su propia guerra, Rusia agravó su situación en materia de seguridad. Su “operación militar especial” tenía como objetivo, por un lado, prevenir que Ucrania se rearmara –antes de que Kiev recuperara por la fuerza las regiones separatistas prorrusas– y, por otro lado, poner un freno a la expansión de la OTAN hacia el Este. No obstante, unos meses después del inicio del conflicto, Rusia enardeció el patriotismo de un adversario que recibía un flujo continuo de armas y que contaba con el respaldo de una Alianza Atlántica reforzada con dos nuevos miembros: Suecia y Finlandia, que limitan con la zona ártica, estratégica para Moscú. Los dirigentes europeos reforzaron los batallones enviados al flanco oriental de la alianza, incluida Francia, que hasta entonces se oponía a una presencia permanente. La fuerza de reacción rápida de la OTAN cuadruplicó su número de efectivos; también continuó la construcción de la nueva base antimisiles estadounidense en Polonia, en donde los norteamericanos elevaron su presencia militar a 10.000 soldados. Lejos de calmarse, en Rusia las preocupaciones respecto de la seguridad se intensificaron por no haber previsto la fuerza y la unidad de la reacción occidental. Empero, al apostar por la consolidación de sus defensas detrás del Dnieper, Rusia logró estabilizar el frente. Los avances territoriales, como la toma de Bajmut en mayo de 2023, se consiguieron a costa del sacrificio de numerosas tropas, en un país ya golpeado por su crisis demográfica.
El Presidente estadounidense parece elevar a Rusia al rango de nueva aliada.
Si bien Rusia mostró debilidades militares, la resiliencia de su economía resultó sorprendente. El Banco Central había acumulado suficientes reservas para asumir una confrontación financiera con Occidente. Logró sostener eficazmente el rublo y salvar su sistema bancario a pesar del congelamiento de sus activos en Europa y Estados Unidos. En cuanto a las sanciones energéticas, terminaron volviéndose en contra de los propios impulsores europeos: el aumento de los precios del gas compensó la pérdida de los volúmenes enviados al Viejo Continente, dando tiempo a Rusia para reorientar sus exportaciones de hidrocarburos hacia Asia (8). El fracaso de la estrategia de aislamiento se volvió evidente porque, si bien Moscú se vio obligada a recurrir a “Estados parias”, como Corea del Norte o Irán, para obtener armas o soldados, la realidad es que no le faltaron socios económicos interesados en sus descuentos energéticos. Los países que forman el núcleo del BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) vieron con preocupación la ofensiva punitiva financiera de Washington contra uno de sus miembros y profundizaron de forma preventiva su cooperación para reducir el uso del dólar en sus intercambios. En 2024, BRICS acogió a cinco miembros nuevos, entre los que destacan los Emiratos Árabes Unidos, un actor clave en las nuevas rutas del petróleo ruso (véase el artículo de págs. 12-14).
¿Acercamiento al hermano menor?
Al elegir negociar cara a cara con Moscú, Trump le ofrece una vía de escape al Kremlin. El Presidente estadounidense parece elevar a Rusia al rango de nueva aliada. Las concesiones, por ahora sólo verbales, resultan vertiginosas: reanudación de las negociaciones sobre el desarme, promesa de reincorporación al G7 y, a largo plazo, levantamiento de las sanciones. Aunque el Presidente estadounidense trate de morigerar estas promesas en las próximas semanas, la solidaridad transatlántica parece estar ya profundamente deteriorada.
Estas declaraciones podrían cerrar la era geopolítica que comenzó en 1949. Tras la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos creó la Alianza Atlántica para imponer su influencia a la mitad de Europa, mientras que la otra mitad se alineaba primero con el bloque soviético y luego se unía al Pacto de Varsovia en 1955. Sin embargo, a fines de la década de 1980, el último líder soviético, Mijail Gorbachov, al frente de un país agotado por la carrera armamentista, se comprometió con una serie de concesiones unilaterales y desordenadas: aceptó la reunificación de Alemania y su adhesión a la OTAN sin obtener garantías escritas sobre la no expansión de la alianza occidental en Europa del Este. De este modo, el antiguo instrumento de seguridad sobrevivió a la Guerra Fría, y la Unión Europea, al expandirse, permaneció firmemente vinculada a Washington. Aunque en 1989 y 1990 se llegó a considerar por un momento la posibilidad de implementar un nuevo sistema de seguridad, no surgió ninguno alternativo tras la disolución de la URSS en 1991. Si bien el conflicto ruso-ucraniano tiene en parte su origen en esta oportunidad perdida, su resolución negociada está provocando una reconciliación ruso-estadounidense a espaldas de Europa.
En Munich, el vicepresidente James David Vance incluso señaló una nueva dirección estratégica de Estados Unidos: “A Putin no le interesa ser el hermano menor en una coalición con China” (9). ¿Se trata del regreso a la estrategia de triangulación que había puesto en marcha el presidente estadounidense Richard Nixon en 1971 al acercarse al “hermano menor” (en ese entonces, China) para aislar mejor al enemigo principal (la URSS)? Si este es el “plan”, Trump tendrá dificultades para romper el eje Rusia-China. Pekín, si bien se molestó por el hecho consumado de la invasión rusa y le ha reprochado a Moscú su abuso de la amenaza nuclear, no le ha retirado su apoyo. China suministra de manera discreta tecnologías necesarias para el complejo militar-industrial ruso, al mismo tiempo que profundiza su cooperación militar con Moscú. Aunque desequilibrada, esta relación se basa en una fuerte frustración compartida respecto de un orden internacional dominado por Estados Unidos desde el final de la Guerra Fría.
¿Y Europa?… Europa se encuentra en la peor situación posible: ya debilitada por la crisis energética que ella misma provocó al renunciar –a petición de Washington– al gas ruso barato y pronto golpeada también por la guerra comercial decretada por la Casa Blanca, ahora se ve obligada a gestionar en soledad las consecuencias del revés occidental en Ucrania. Mientras la confrontación con Rusia alcanza un nivel incandescente y sus arsenales se han vaciado en favor de Kiev, Europa se prepara para aumentar de forma urgente su gasto militar, lo que implica comprar armamento estadounidense. Washington le exigía un “reparto de la carga” de la financiación de la alianza. Ahora la carga es doble: pagar la reconstrucción de Ucrania (que, a esta altura, Rusia deja de buena gana en manos de la Unión Europea) y, al mismo tiempo, asumir su propia seguridad. El gasto parece simplemente inasumible para los presupuestos europeos y augura nuevas divisiones.
1. Benoît Bréville, “Liquidación electoral”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, enero de 2025. 2. Philippe Descamps, “Affoler la meute”, Le Monde diplomatique, París, febrero de 2025. 3. “Ukraine support tracker”, Kiel Institute for the World, 2024. 4. Samuel Charap y Sergueï Radchenko, “¿Podría haber terminado la guerra en Ucrania?”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, julio de 2024. Volodimir Zelensky se esfuerza en negar el papel que habría desempeñado así Johnson; véase también Shaun Walker, “Zelensky rejects claim Boris Johnson talked him out of 2022 peace deal”, The Guardian, Londres, 12 de febrero de 2025. 5. Véase, por ejemplo, “Soutenir l’Ukraine pour assurer la paix”, Le Monde diplomatique, 10 de enero de 2023. 6. Alex Horton y John Hudson, “US intelligence says Ukraine will fail to meet offensive’s key goal”, The Washington Post, 17 de agosto de 2023. 7. Hélène Richard, “Ucrania, una sociedad dividida por la guerra”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, noviembre de 2023. 8. Hélène Richard, “Sanciones de doble filo”, Le Monde diplomatique, noviembre de 2022. 9. Bojan Pancevski y Alexander Ward, “Vance wields threat of sanctions, military action to push Putin into Ukraine deal”, The Wall Street Journal, Nueva York, 14 de febrero de 2025.
Cuando el código de todos los intercambios es el dinero, quien lo posee tiene poder. La forma abreviada de esa relación, dinero y poder, es la corrupción. Los propietarios de los medios de producción (de bienes materiales pero también simbólicos), los capitales concentrados y las autoridades más encumbradas suelen agenciar ese dinero-poder. Cuando la relación recíproca entre sus respectivos “poderes-dineros” permanece en sus límites “normales/tolerables”, todo ocurre bajo un halo de legalidad. Apenas esa frontera es transgredida por alguna disputa, se convierte en algo ominoso: genera rechazo, repulsión y, también, pánico moral. Cuando aquello que es familiar en todo sistema capitalista revela su verdad, deviene objeto de repulsión visceral.
A la corrupción fuera de sus circuitos habituales, permitidos, la nutre el relato que construyen los medios masivos de comunicación que cargan las marcas de la información. Se ofrece en imágenes fragmentadas expuestas de forma ininterrumpida y acompañada de leyendas explícitas. Se trata de evitar que el espectador dude. Cuando cumple bien su rol, el relato obtura la pregunta por las causas estructurales, por el grado y escala de aquello que está corrupto. Corrupción e información, juntas, desplazan la complejidad de lo que está en juego para producir el alimento ya deglutido de audiencias siempre más deseosas y gozosas de castigo. Apuntan, sin falla, a saciar la indignación moral, la sed de condena pero también el olvido selectivo. Dejando intacta, sin embargo, la aspiración de justicia.
La política
Cuando la corrupción se vuelve el discurso dominante produce como efecto una fuerte despolitización. La imputación de un vicio privado o falta de virtud de alguno de sus protagonistas (no tan) circunstanciales neutralizan el antagonismo político. Que sea despolitizadora no significa que no se haga un uso político de ella: se la nombra para desviar la atención de los dramas auténticos de la sociedad, para contribuir a la deslegitimación de un proyecto, para justificar la deposición de un “enemigo” político, para disciplinar a quien ose salirse de sus goznes, para ocultar la pauperización del presente.
El fruto maduro de este proceso desatado es la negación y el desprecio in toto de la política, una de las pocas vías que podrían develar el enigma de la relación sistémica entre dinero-poder. Cuando se sucumbe a ello con el dedo en alto, jactancioso y soberbio, se malogra una de las pocas chances de trastocar la distribución desigual (e injusta) de dinero- poder que es su causa.
La condena de la justicia
No se trata aquí de “perdonar” la corrupción sino de comprenderla en sus raíces y ramificaciones para diferenciar escalas, grados y, luego, responsabilidades históricas. Distinguir además esas prácticas micro corruptas cotidianas que experimentamos como conquistas mínimas de libertad ante un sistema opresivo, de aquellas otras acciones afincadas en engranajes de opresión perpetuada por ella.
Nuestras infracciones más o menos domésticas son inconmensurables respecto del “halo de legalidad” que recubre la desigual distribución organizada y administrada de poder-dinero. Esas que están detrás de lo que, no casualmente, se llama “poderes económicos concentrados” y que no casualmente actuaron en las sombras del golpe cívico-militar que selló esos niveles tolerables de corrupción (sin juicio aún) bajo el amparo de enclaves judiciales no menos corruptos. Ese momento inaugural de una redistribución socioeconómica desigual de dinero-poder se continuaría bajo aquel “halo de legalidad”.
Quizás estamos ante otro momento inaugural de esas redistribuciones periódicas del complejo dinero-poder propias de un capitalismo mórbido que cada vez realiza menos esfuerzos paradójicamente para sostener su propio “halo”.
Con la condena a esa corrupción (fuera de sus límites permitidos) por parte del poder judicial se consuma la condena de la justicia. Una “justicia” que se vuelve sobre sí misma para dejar al desnudo su vínculo con los poderes fácticos, asestando un golpe más a una institucionalidad democrática destartalada/abollada. Con la condena de la justicia se condena el ideal liberal de la república de la democracia capitalista sostenida en la promesa casi imposible de mantener a raya la dupla dinero-poder. Una dupla cuya hilacha, de la democracia a esta parte, cuelga de los golpes de mercado, del megacanje y los 38 muertos, del espionaje ilegal instrumentado por medios estatales, del blindaje y la fuga obscena de divisas ganadas con una deuda ilegítima, de los paraísos fiscales, de la evasión vuelta heroica, de la inconstitucionalidad de una ley que violenta la constitución. “Si te preocupa la corrupción cuando entiendas la plusvalía vas a flashear”, graficaba una pintada anónima.
El mito
La idea de que la aplicación del derecho es la realización de una justicia fue criticada con contundencia.. El derecho, decía Benjamin, es la reproducción mítica de la violencia: lejos de interrumpir una violencia la conserva o bien instituye una nueva. Sin desentenderse de esa institución, invitaba a abrir en su ejercicio un momento de autorreflexión capaz de identificar cómo y en qué medida en su lengua se reproduce, intensifica, funda una violencia.
La crítica a esa reiteración mítica de la violencia inmanente al derecho puede llevarse a cabo desde una posición capaz de interrumpir su curso desinstituyéndola. Pero sólo a condición de acompañar ese momento destructivo con otro constructivo. Esta tarea no será ya del derecho sino de la política, cuya trayectoria se orienta en el sentido de la felicidad mundana histórica.
La lucha contra la corrupción se libra en nombre de la transparencia, un objetivo noble de la política. Pero el dominio de lo social es el de la opacidad. Si el ideal democrático de una sociedad de iguales nos obliga a bregar por la transparencia, sólo lo hace en la medida en que reconoce que ella no está dada y que será tarea de todos producirla. Pancho Aricó lo decía con palabras mejores: “pugnar porque la sociedad sea translúcida significa no aceptar como inevitable su opacidad”.
Si la opacidad se articula con formas cada vez más sutiles de dominio, con la producción de desigualdad y la proliferación de múltiples violencias; la tarea de producir la translucidez tendrá que apuntar a la inteligencia de una libertad fundada en lazos de igualdad, reconocimiento de la interdependencia, de la precariedad y justicia, en un sentido extrajurídico.
Otravezjunio
La politización de la justicia, aún negada, es el gesto complementario de la judicialización de la política sobre la que tanto se dijo pero tan poco se hizo. La ratificación de esta condena entra en serie en el período corto de nuestra historia con otras: la que consiguió la destitución del presidente de Honduras en 2009, las causas a Correa en Ecuador, y la más reciente prisión de Lula en Brasil. Pero también se inscribe en una memoria histórica más extensa cuyos desbordes son impredecibles.
En junio de 1955, en un día laboral cualquiera, aviones preparados para arrojar rosas regaron con bombas la plaza y otros sitios de la ciudad de Buenos Aires, dejando cuerpos desmembrados aún hoy sin justicia con la sóla voluntad de derrocar al “tirano”. Un 9 de junio de 1956 como represalia a la sublevación de una porción de la resistencia peronista realizaron 17 fusilamientos a la luz del día y 18 fusilamientos clandestinos en los basurales de José Leon Suarez. En cada caso se procuró extinguir no una persona particular sino las memorias que pulsaban esas luchas. En ningún caso lo lograron.
Con la proscripción viene la apertura de otra temporalidad capaz de revitalizar el compromiso con las expectativas igualitarias abiertas por ese mismo movimiento. Del hostigamiento, de la saña, de la mortificación y las ruinas que los actos de proscripción arrojan procede su débil fuerza redentora.
La bancada peronista abandonó este miércoles el recinto, en medio de una batahola protagonizada por legisladores libertarios y kirchneristas, sin que se destrabara la comisión Libra ni se llegara a la votación de la modificación de la Ley de DNU para limitar el abuso de Javier Milei con los decretos.
El escándalo se produjo después que Maximiliano Ferraro reclamara infructuosamente el emplazamiento de las comisiones de Asuntos Constitucionales y Peticiones, Poderes y Reglamento, en manos de Nicolás Mayoraz y Silvia Lospennato, para modificar la resolución de la comisión investigadora y poder designar un presidente opositor que la ponga en funcionamiento.
Los oficialistas consideraban que la moción del diputado de la Coalición Cívica suponía un apartamiento del reglamento y se requerían los votos de tres cuartas partes de los presentes, una quimera.
Por eso, Germán Martínez dio un encendido discurso contra Martín Menem, que se negaba a someter la iniciativa a consideración del pleno. Lo curioso fue que el santafecino concluyó su intervención sin trascender la queja y le siguió en el uso de la palabra su compañero de bloque Daniel Gollán, quien pidió un emplazamiento para discutir la emergencia en Ciencia y Tecnología, otro proyecto.
El ambiente empezó a caldearse. Una diputada de UP confesó a LPO, casi con resignación: “Mi bloque es un desastre y, en vez de cerrar un tema, abren otro”.
Un colega suyo en la misma bancada anticipó media hora antes del escándalo que el plan del kirchnerismo era “pudrirla”. “Los muchachos la quieren pudrir e irse, no quieren sostener la sesión de Facundo Manes”, resumió.
La versión fue confirmada también por un integrante del PRO. “Primero se van los kirchneristas y después nos levantamos nosotros, ya está acordado”, dijo.
Trifulca entre kirchneristas y libertarios.
La massista Sabrina Selva cargó de nuevo contra Menem para que disponga la interpretación del reglamento a consideración del pleno y se pueda avanzar con el emplazamiento de la comisión Libra. El riojano fingió demencia y le dio la palabra a Cecilia Moreau, que refrendó lo que había planteado Selva pero empezó a dar un discurso en el que consignaba “vamos a volver”.
Desde las bancas de La Libertad Avanza, se escuchaban insultos y agresiones que también replicaban los peronistas. El más castigado era José Luis Espert, a quien lo tildaban de “cagón” por las detenciones de las militantes que arrojaron caca de caballo en la puerta de su domicilio. Pero también se llevó improperios el santafecino Mayoraz, a quien uno de los kirchneristas más mordaces le gritó “viejo gatero”.
Los muchachos la quieren pudrir e irse, no quieren sostener la sesión de Facundo Manes.
Moreau seguía dando su discurso pero sus compañeros de bloque ya empezaban a levantarse de sus bancas. Algunos recorrieron la distancia que los separaba de las butacas de los libertarios y se arremolinaron Paula Penacca, Vanesa Siley, Florencia Carignano y Mario Manrique con Juliana Santillán, Nadia Márquez, Mayoraz, Espert y Álvaro Martínez entre otros.
El dirigente del SMATA llegó a empujar a Espert, quien sonreía con sorna. A esa altura, los integrantes de la tropa de Cristian Ritondo ya se había puesto sacos y camperas para emprender el camino hacia la salida del recinto.
Manrique increpa a Espert.
Menem scrolleaba su celular y apenas dirigía la sesión. Pablo Juliano, líder del bloque de Manes, reprochaba por igual a los kirchneristas y libertarios, alegando que “los diputados no pueden ser más importantes que los temas que se debaten”. De hecho, el diputado radical tuiteó más tarde: “una vez más el pacto entre los libertarios y los kirchneristas y el acting de su falsa pelea nos dejó sin quórum”.
“Vamos a seguir insistiendo en bajar las retenciones, modificar la ley de DNUs, la ley de salud mental y la de huso horario. Lamentablemente al kirchnerismo le importa más cuidar a CFK qué defender al pueblo que estudia, trabaja y produce todos los días”, agregó.
Desde un despacho kirchnerista, explicaron a LPO que “no se puede convalidar una sesión en la que Menem no deja que se vote la comisión Libra”. Los pichettistas se mostraban más contemporizadores: UP no quería votar retenciones, los libertarios no querían que se destrabe la comisión Libra ni se modifique la ley de DNU.
Dos legisladores peronistas suscribieron ese argumento. “Todo circo”, sintetizaron. Los lilitos, por su parte, facturaban al kirchnerismo que, ya en la reunión de Labor Parlamentaria de esta mañana, había quedado claro que el tercer o cuarto tema a emplazar sería la comisión cripto pero en el recinto olvidaron el compromiso.
El río martillea la costa rabioso. Los edificios han perdido sus cúpulas, cabezas y terrazas entre la niebla. Las nubes forman una muralla peltre que el viento empuja, debajo los cuerpos son puntos negros sobre la ciudad pálida.
Abandonar las sábanas, el hombre alto se olisquea y atesora los perfumes nocturnos del sexo, se afeita. El último botón de la pechera entra en su ojal, acomoda los flecos de las charreteras rojas, ajusta el correaje y sirve leche al gato, una caricia de mano larga y huesuda.
Bajo otro techo, una mujer torsiona los mechones canos del rodete y lo sujeta con una cinta de raso azul. Corta unas rebanadas de pan, el aire perfumado a café, lo vuelca en el jarrito enlozado. El mestizo barbudo y paticorto que la festeja ladrará enfurruñado cuando la puerta se le cierre contra el hocico.
A cinco asientos de distancia, en el trolebús oscilante que avanza traqueteando sobre adoquines, ambos cabecean. Los vahos son densos, espiralados. Él sopla sobre el vidrio y dibuja con el dedo un corazón. Ella teje. Cuatro pasajeros más se bambolean, una mano en el bolsillo, la otra entumecida sobre el caño.
El canillita grita el matutino. Tiene las mejillas rojas y medias altas. Una sucesión de abrigos con solapas levantadas y sombreros lo cruzan como a un molinete.
La mujer del rodete ahora descansa la cartera sobre el escritorio, desata el pañuelo, se pone el delantal gris sobre el vestido y en el espejito repasa el rouge. Hace varios días que el corazón se le acelera, los despachos a puertas cerradas, murmuraciones y silencios, la bandera quemada y el revoltijo de versiones. Ajusta los anteojos, se refriega las manos, los nudillos crujen. Tac, tac. Diez dedos sobre teclas negras y la escala monótona de un expediente suena.
El hombre está erguido e inmóvil, con las botas en cuña, a pesar del metro noventa y cinco que alcanza con el penacho rubí que sale desde el morrión, el portal lo empequeñece, los guantes blancos sobre la empuñadura de la espada larga; la nariz le gotea, olvidó el pañuelo sobre la mesa de la cocina.
Ya son las once de la mañana del jueves 16 de junio de 1955 y ese día, el hombre alto y la mujer que teje morirán junto a trescientas siete personas más.
Desde las diez, cinco bombarderos livianos Beechcraft AT-11, bimotores con dos bombas de ciento diez kilogramos cada uno, dan vueltas sobre el Río de la Plata. El cielo no se les abre, el cielo está cubierto de pus.
El plan se acordó la noche anterior. Cuatro hombres bajaron de sus autos, entraron en un piso de Barrio Norte en Buenos Aires, quizás oyeron en silencio el chirrido metálico del ascensor y evitaron mirarse o simplemente murmuraron algo sobre el clima. Un paso y ya estaban en el palier, no sabemos si reconocieron el lugar o era la primera vez, si las rosas amarillas de tallos largos que asomaban desde un jarrón chino, algunas con pétalos abiertos y otras apretujadas en pimpollos, llamaron su atención. La puerta estaba abierta, no de par en par, entornada. Se quitaron los sombreros; en los bolsillos del sobretodo quedaron los guantes de cuero.
La reunión podría parecer excepcional pero estaban habituados, el pulso no latió más que de costumbre. La Junta de la Revolución Democrática: radical, demócrata y socialista en el piso de un empresario. Uno lucha contra su gastritis crónica y el reflujo ácido lo hace carraspear, el otro transpira en exceso y cabeceó el sueño imposible, desde hace años sus propios ronquidos lo despiertan; el tercero se disculpó y en medio de la reunión corrió al baño urgido por la próstata hinchada. Al volver a sus casas, tenían las narices rojas y las orejas ateridas como cualquiera, ninguna otra novedad visible en las máscaras tiesas.
Las once y media de la mañana y los cinco bombarderos Beechcraft AT-11 siguen detenidos en el aire. El horizonte está clausurado; los pilotos rezan, en un par de horas se quedarán sin combustible. Acarician las cuentas del rosario y desdeñan cualquier oposición divina en el cielo encapotado.
Casi regresan sobre sus propias estelas hacia la base militar de Punta Indio. Aún así, con la convicción intacta, al día siguiente habrían hecho rugir motores, las hélices chocando el aire, un nuevo intento. Sin embargo, al filo de pegar la vuelta —a las 12:40— una ráfaga de aire seco disipa la neblina, un resplandor tenue y el claro aparece: el río está plateado y reluciente. Se encolumnan. Puerto Madero, Colón, Plaza de Mayo.
El primero pierde altura y se acomoda en el asiento. Maniobra y se manda a descenso, hasta los cien metros se anima. Los avioncitos serán pesados pero descargan en vuelo horizontal. Señal de la cruz, repasa sus pecados: avaricia, lujuria, ira, gula, envidia, pereza. Los pecadores no andan entre las nubes. Aún así, la mayoría del tiempo se siente un pusilánime. Marino por herencia de padre y abuelo, por devoción a Inglaterra. Piloto, dijo y despertó la curiosidad de sus siete hermanos, le sacó una sonrisa a la madre, piloto de la Marina, aclaró. El padre pasado a retiro no dijo nada, una carcajada socarrona, una ceja levantada. Vestir el uniforme con prestancia, coger con los propios, casarse entre iguales, odiar a Perón, a los puntos negros.
Cepilla la casa de gobierno con la panza del avión. Podría haber oído los estruendos de los proyectiles mientras se acariciaba los bigotes, podría haber sospechado del terror convertido en odio saliéndole a borbotones desde la nuca, imaginado una palabra de ese nadie, ese nadie al que está a punto de asesinar o incluso vislumbrado al mismo Dios exigiendo la rendición de cuentas de su alma; podría haber vacilado, pero no, presiona el dedo corazón mientras murmura: Guerra santa, Cristo vence.
Un tubo negro con cien kilos de explosivos en caída libre. Cien kilos de venganza. Abajo, cabezas peinadas o calvas, quizás un sombrero de fieltro, un gorro de lana hasta las pestañas. El copiloto no espera y, de puro entusiasmo, descarga completo uno de los fusiles semiautomáticos FN, traídos por la Marina de contrabando desde Bélgica. Quinientos setenta disparos por minuto.
Cuatro autos y un colectivo. Alguien repasaría una muela cariada con la lengua o cargaría en los oídos el llanto nocturno de un bebé sin reconocer el siseo de la bomba. Probablemente hubo quien en ese instante de huesos calados recordara las primeras vacaciones en el hotel de playa sindical deseando ser milanesa en la arena o dibujaba con trazos invisibles la casa que estaba a punto de recibir.
Los cristales estallan, atraviesan pieles, ojos, ropa, lo que no se incrusta cae por ahí. La chapa retorcida vuela y se estrola, los restos humanos quedan pegados al metal. Llamas y humareda espesa. Sesenta y cinco muertos y empiezan a contar.
La primera bomba disolvió a Raúl, el hombre alto, el granadero. Dora había terminado de foliar el expediente y caminaba hacia una mercería para comprar más lana. Se acurrucó debajo de un banco de madera, las ráfagas de balas le picaban cerca. En una pausa, tomó la delantera y se pegó a un matrimonio de viejos, los sujetó del brazo y corrieron a guarecerse. Otra vez el tableteo de las ametralladoras y la pierna del hombre se descarnó. Cayó. Quieta, boca arriba, morir, morir mirando el cielo. El techo del Ministerio humeaba.
Los puntos negros se cubren las cabezas, no creen lo que ven, hay quienes corren, otros se esconden. Un hombre volverá a casa, pálido abrazará a su padre y dirá: Antes de explotar, mientras caían, parecían tulipanes rojos. Cómo se puede imaginar semejante cosa, las Fuerzas Armadas bombardeando a la población.
Él pone el avioncito en punta y se aleja para volver a tomar posición, todavía le queda una. Podría haber pensado en su propia muerte pero la ferocidad lo distrae.
Cuarenta y tres años después, a las diez de la mañana del 25 de agosto de 1998, el capitán de navío morirá sentado, los muslos regordetes ceñidos por un jean ancho sobre la silla de madera frente a la computadora. Camisa rosa arremangada, la cruz de plata al pecho, el cuerpo levemente volteado hacia la izquierda y la cabeza ensangrentada colgando como un melón reseco. El cráneo estallado, el cerebro como baba. La Pietro Beretta, calibre 380, la del disparo, quedará tirada sobre uno de los mocasines color ciruela; más allá, sobre una alfombra persa, la vaina servida y el proyectil ensangrentado. Al lado del teclado, sobre el escritorio, otra pistola calibre 9 mm sin disparar. El ronroneo mecánico de la heladera vieja y adentro dos copas y una botella de champagne nevada. Los píxeles pausados de una película pornográfica destellarán. Sobre la mesa, abierto en la foja 45, una copia del expediente en el que estará siendo juzgado por la venta ilegal de tres embarques de cinco mil fusiles FAL que el gobierno argentino mandó vía Croacia a Ecuador mientras estaba en guerra con Perú. En la máquina negra del fax asomará el papel film con la prueba para su condena: la transferencia de un millón de dólares a su nombre.
Atardeció. La tierra había girado una vez más y el cielo era plomo; los edificios, sombras; las calles, tinieblas, y la plaza en la que los patriotas rebeldes clamaron por la independencia, pozo y socavón.
Llovía. Los soldados retiraron escombros, levantaron cuerpos y se cubrieron de a tres con un solo capote, chapotearon las botas, fijaron la mirada donde el haz de luz de las linternas se posó, calibraron los oídos buscando algún grito desquiciado, un aullido de dolor, pero la lluvia bramaba.
Treinta y tres bombas. Un furgón con el motor encendido; cuando los cuerpos lo rebalsaron, arrancó. Otro morguero llegó y lo volvieron a cargar.
La Argentina no sería la Argentina sin la puteada. A partir de ella se expresan esas palabras que movilizan diversas sensaciones: desde la rabia a la ira, desde la indignación hasta ofuscamiento, desde el reproche áspero hasta la calentura más efervescente. Putear es un acto cotidiano que transita por la cancha de fútbol, la casa…
En el texto a continuación se indaga el sentido político de una metáfora sobre la navegación. Fernando Pessoa hizo un poema con ella, una canción de Caetano Veloso la popularizó en los años 70 y en 2004 fue citada por el presidente Lula. Su origen se pierde en la antigua Roma para llegar a nosotros, en este invierno de 2025, aún cargada de significado.
I. Poco más de un año después de haber asumido su primera presidencia, Lula dijo en un mitin: “Amigos y amigas, podría citar el discurso de Ulysses Guimarães en la famosa campaña de 1974, la campaña de la resistencia, donde pronunció la frase de una música que tal vez sea de Chico, pero la canta Caetano, la frase que dice: navegar es preciso. Quizá por primera vez en la historia existe una confluencia inédita de factores positivos al alcance de nuestras manos. Tenemos viento, timón y velas. Vamos a izar muy alto nuestro coraje para lanzarnos al mar del futuro”.
La frase que Lula citaba en ese pasaje tiene una larga historia. Nos proponemos restituirla brevemente ahora, cuando parece tambalear la confianza en los vientos y aún persisten el timón, las velas y el coraje. Cuando el “mar del futuro” corre el riesgo de ser solo una extensión del presente, colonizado por poderes que no limitan al espacio su avidez de conquista sino que buscan extenderla también al tiempo. Para esa indagación nos permitiremos un circunloquio. O una navegación.
La metáfora de la existencia como viaje es una de las más antiguas formas de representar la incertidumbre que signa al tiempo de los hombres y los peligros a los que están expuestos durante su travesía. La obra tardía del filósofo alemán Hans Blumenberg (1920-1997) desarrolla una “metaforología” como modo de interrogar ese fondo de sentido constituido por valores, intuiciones y presupuestos que es condición de todo pensamiento, aunque no sea consciente de él: el “mundo de la vida”, lo que los seres humanos tenemos en común en cuanto hablantes de una determinada lengua y pertenecientes a una misma condición cultural.
Blumenberg trabaja sobre lo que llama “metáforas absolutas”, es decir no derivadas, de procedencia inmemorial, reelaboradas continuamente por las generaciones en la medida en que dan cuenta de algún aspecto fundamental de la existencia. Una de ellas, de difícil traducción, es la que en latín ha encontrado una formulación concisa y exacta: navigatio vitae (“navegación de la vida”), es decir la vida como viaje o como navegación incierta, como deriva en lo imprevisible y en lo ignoto. La precariedad y el riesgo constituyen el corazón de esta metáfora del tiempo humano.
II. ¿Cuáles son los implícitos de la “navegación de la vida”? Antes que nada, el mar. No se trata de un viaje cualquiera, ni por un medio cualquiera; la vida es concebida aquí como un peregrinaje a través de un elemento de máxima inestabilidad como el agua, y a merced de poderes sordos como las tormentas o la furia del viento. También a merced de una desgracia marina contraria aunque no menor que las anteriores, un infortunio que los navegantes conocen bien: la “calma chicha”, la quietud absoluta que impide el movimiento y que vuelve vano todo intento por abandonar las coordenadas en las que se está –circunstancia magistralmente narrada por Joseph Conrad en La línea de sombra.
Por ello, el implícito esencial de la metáfora de la vida como navegación es la posibilidad del naufragio. También, que el mar engulle todas las huellas, ciega los caminos y borra los rastros, que duran apenas el instante de la estela. Tanto quienes alcanzan el puerto seguro como los náufragos, “dejan tras de sí la misma intacta superficie”. Cada existencia, por tanto, transita el mar de la vida por primera vez. Pero la navegación es sobre todo promesa de mundos nuevos, esperanza de alcanzar las tierras prometidas, sospecha de que existen otras maneras de vivir y de pensar a las que sólo se accede soltando amarras de las riberas familiares y de la tierra firme de la costumbre.
En el décimo segundo canto de la más antigua navigatio en la literatura occidental, Homero narra el paso ante las sirenas. Circe, la diosa que convierte los hombres en animales, había advertido a Ulises del poder irresistible de su canto en compensación por haberse sabido sustraer a la conversión que le estaba destinada. Las sirenas de lo perdido amenazan la marcha civilizatoria a cada instante con una evocación de plenitud y de placer cuya concreción devastaría lo acumulado y construido en el tiempo frágil de la obediencia y el trabajo.
En una página decisiva sobre la parábola de la Odisea, Adorno y Horkheimer aludían a esa condición trágica: quien quiere perdurar y sobrevivir “no debe prestar oídos al llamado de lo irrevocable; podrá sobrevivir sólo en la medida en que no esté en condiciones de escuchar. Esto es lo que la sociedad ha procurado siempre… los trabajadores deben mirar hacia delante y despreocuparse de lo que está a los costados”. Los remeros conocen el peligro del canto pero no su belleza; Ulises, atado, desdeña el peligro porque conoce su belleza, que abisma en una destrucción sin importancia para el que ha escuchado.
III. La frase popularizada por Caetano Veloso en la canción Os Argonautas (1969) que hace apenas poco más de veinte años -pero parece que el mundo fuera otro- citaba Lula, dice completa: “Navigare necesse est, vivere non est necesse” -es decir “Navegar es necesario, vivir no es necesario”. En sus Vidas paralelas Plutarco la atribuye a Cneo Pompeyo Magno, quien en el año 56 a. C., para paliar una hambruna que asolaba Roma, navegó las costas de Sicilia, Cerdeña y África en busca de alimentos para la población. La travesía náutica dio resultado: logró recoger gran cantidad de trigo con que paliar el hambre romano. Pero cuando iba a dar vela para emprender el regreso, se desató una furiosa tormenta que acobardó a los marineros para hacerse a la mar. Fue entonces que Pompeyo -según el pasaje de las Vidas paralelas– “se embarcó primero que nadie, mandó a levar el ancla y gritó: ‘Navegar es necesario, vivir no es necesario’; y habiéndose conducido con esta decisión, favorecido de su buena suerte, llenó de trigo los mercados”.
Plutarco anota en griego la frase que Pompeyo habría dicho en latín, y luego se vierte nuevamente a la lengua original desde el griego. Y así circuló hasta nosotros. De manera que la frase transmitida es la traducción de una traducción, que no necesariamente coincide con la original. Conocemos la sentencia en latín, pero no tal como la dijo Pompeyo. Desde entonces atravesó los siglos como metáfora de que hay cosas más importantes -o “necesarias”- que la propia vida, y que saber vivir es inscribir la propia vida en algo más grande que ella misma. O en una tarea que la excede. También una invitación a la aventura y a la valentía para afrontar el destino.
En el siglo XX, la deriva de la frase transmitida por Plutarco comienza por su cita en el Elogio del cielo, del mare, de la tierra, de los héroes (1903-1912) de Gabriele D’Anunzio, quien la adopta como lema de la vida heroica. Freud la recuerda en un breve ensayo de 1915 sobre “Nuestra actitud ante la muerte”, y Benito Mussolini -probablemente inspirado en D’Anunzio- titula “Navigare Necesse” un artículo periodístico de 1920 en el periódico Il Popolo d’Italia, donde intenta justificar el expansionismo fascista en el pasado imperial de Roma.
Pero es desde un poema ortónimo de Fernando Pessoa llamado “Palabras del pórtico” que la frase (evocada también por el heterónimo Bernardo Soares en Libro del desasosiego) llega a Lula, a través de Caetano. El comienzo de ese poema dice:
Navegantes antiguos tenían una frase gloriosa:
“Navegar es preciso; vivir no es preciso.”
Quiero para mí el espíritu de esta frase, transformada
la forma para casarla con lo que yo soy:
vivir no es necesario; lo necesario es crear.
No espero disfrutar mi vida; ni en gozarla pienso.
Sólo quiero tornarla grande, pese a que para eso
tenga que ser mi cuerpo y mi alma la leña de ese fuego.
Sólo quiero tornarla de toda la humanidad; pese a que para eso
tenga que perderla como mía.
La alternancia de “preciso” (“Navegar es preciso; vivir no es preciso”) y “necesario” (“vivir no es necesario; lo necesario es crear”) dota a la reinterpretación pessoísta de un juego que oscila entre la necesidad y la exactitud. Además de hallarse despojada de necesidad, la vida carece de la precisión que sí tiene la navegación, si realizada con arte. Pero es el verso que Pessoa agrega a la frase de Plutarco lo más importante de aquí en más: “lo necesario es crear”. Explorar esa necesidad y realizarla es la tarea política fundamental cuando los vientos no son favorables y no se dispone de las velas ni del timón. Solo queda el coraje.
La obcecación en lo desconocido que impulsa a navegar quizá sea un modo de preservar el tiempo por venir de su apropiación por quienes buscan hacer de él una propiedad privada, otra más. Si ello llegara a ocurrir, quedarían solo los individuos (y quedarían los individuos solos) con su propia vidita que acomodar, sin nada más grande que ellos mismos donde alojar las ideas, las palabras y los actos. Y lo que tal vez sea aún peor, ya no será posible hacer nada por nadie (salir al mar en busca de alimentos, por ejemplo), ni hacer nada con nadie.