MANU, EL EJEMPLAR

Si digo que voy a escribir sobre el mejor deportista argentino de todos los tiempos muchos de los que estén leyendo pensarán en Maradona o Messi. Claro que Argentina es un país futbolero, y ellos son los máximos ídolos para muchos pero a la vez también el centro de críticas. Sin embargo no me refiero a ninguno de ellos dos. Si no a Manu Ginobili, quien al no ser parte de la enferma dicotomía futbolera casi no tiene detractores en el país.

Como apasionado del basquet me obligo a tipear unas líneas sobre el mejor deportista argento que dio la historia, hoy ya retirado y para eso tengo que remontarme a su infancia. Porque ahí está (para mí) lo más interesante de su historia, ahí anida el mensaje. Un pibito bahiense, con el típico estereotipo físico de posible basquetbolista. Delgado y pegando el estirón a mediana edad. Manu era el clásico flaquito que hay en todos los clubes del país y nadie da dos mangos por él. Con la salvedad de quienes saben visualizar y apreciar el esfuerzo, la enjundia, las ganas y la pasión. Porque ese pibito tenía todo eso. Y eso es lo que hizo grande, con el pasar de más de dos décadas como profesional y todos sus logros deportivos, mantuvo hasta el final las virtudes de un guerrero incansable.

Manu es el ícono ejemplar para el pibe de club que comienza a hacer deporte y tiene al menos una de esas virtudes. Y las quiere. Y las defiende. Y las apropia. Manu no tuvo que luchar contra un “don” impuesto por la vida. A Manu ningún ser imaginario con poderes sobrehumanos lo colocó donde está. Él no tuvo que lidiar con encontrarse en un espacio que le fue cedido sin pedirlo. Él fue por ello. Él trabajó. Él buscó. Y no hace falta aclarar que encontró. Entrenó tanto y tan fuerte, desde tan pequeño que no solo alcanzó su objetivo, “ser el mejor jugador que podía ser”, sino que rompió las reglas universales del talento. Esa norma impuesta que no a todos los cracks le sienta bien, la de nacer con el don. Con la magia brotando por los poros. Él lo desarrolló. No se lo chocó de sopetón. Él hizo nacer su don, no nació con él. Lo engendró. Lo parió. Lo educó. Le dio forma. Lo defendió. Lo valoró como el mejor de los tesoros. Y lo respetó. Lo puso en un altar inalcanzable. Al igual que al básquet argentino.


Gracias Manu. Pero no por ser. Gracias por tu mensaje expreso a lo largo de tu carera. Gracias por educar con acciones. En estos tiempos y por estos lares donde los pibes respetan solo a quienes se lo merecen. Donde las jerarquías están rotas (y a veces con razón). Predicar con el ejemplo de las acciones da por tierra el parloteo hipócrita de quienes se erigen sobre discursos que no condicen con su accionar. Tus logros son tuyos. Tu ejemplo de todos. De todos los que entendemos que ganar o perder es relativo. Que la derrota indefectiblemente te lleva al aprendizaje, por lo tanto es enriquecedora. Que lo que importa es el camino, el trayecto. Y el éxito (si es que existe como tal, y no solo como definición) es llegar al final sin tener nada que reprocharse. 

Portada: Hernan Ermantraut

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